18 marzo 2011

Paula Rego y Charlotte Brontë, la loca del desván. Mars End y Ferndean

MARS END

Cuando la boda entre Jane y Edward Rochester no puede realizarse, Jane siente que su peregrinaje debe seguir fuera de Thornfield, que no puede quedarse con su amado tal como desearía, a pesar de las súplicas del mismo. Aprisionada en una de las trampas que la sociedad patriarcal proporciona para las Cenicientas desterradas, Jane se da cuenta esta vez, gracias a Bertha, que debe escapar mediante la reflexión y no mediante la locura.

Paula Rego y Charlotte Brontë, la loca del desván. Thornfield


LA MANSIÓN DE THORNFIELD

La lóbrega mansión de Thornfield suele considerarse otro elemento gótico introducido por la autora para vender la novela. Sin embargo, Thornfield es más realista que otros conocidos escenarios góticos y su resplandor metafórico es mayor que el de la mayoría de las mansiones góticas: es la casa de la vida de Jane, y constituye la arquitectura de su experiencia.

17 marzo 2011

Paula Rego y Charlotte Brontë, la loca del desván. Gateshead y Lowood

Después del preludio introductorio del post anterior, me centraré en éste en Jane Eyre y en las litografías que Paula Rego ha realizado sobre la obra. No dispongo de las 25, pero sí de algunas que ilustrarán los contenidos de la novela.

Las analistas americanas Sandra M. Gilbert y Susan Gubar1 Jane Eyre “es una obra impregnada por furiosas fantasías de fuga hacia la plenitud, de búsqueda. Con Jane Eyre, Charlotte Brontë, más comedida y contenida en otras novelas, en la que las mujeres enérgicas y rebeldes están miniaturizadas, parece haber abierto definitivamente los ojos a las realidades femeninas que hay dentro de ella y a su alrededor: reclusión, orfandad, hambre, furia que lleva incluso a la locura. Jane Eyre casi alcanza un tamaño mayor al natural, como emblema de una rebeldía apasionada, apenas disfrazada.” “…Y aunque la explicación mitológica de la furia contenida puede equivaler a la explicación mitológica de la sexualidad reprimida, la primera es mucho más peligrosa. A la mujer esporádica que tiene debilidad por los ceñudos héroes byronianos puede acomodársela en las noveles e incluso en algunos salones; a la mujer que anhela escapar de los salones y las mansiones patriarcales, obviamente no. Y Jane Eyre es esa mujer.”

Paula Rego y Charlotte Brontë, la loca del desván. Introducción


Por razones que se pierden en el tiempo, recuerdo que sentía cierta predilección por las escritoras inglesas del XIX, en particular por las singulares hermanas Brontë. Jane Eyre, obra de Charlotte Brontë, fue mi novela fetiche de esa época lejana ya en la memoria, en la que los sueños sobre héroes byronianos, representados por el Sr. Rochester, dominaban el espacio emocional donde la ebullición hormonal del despertar sexual encontraba su perfecta sublimación, acompañándose, incluso, de alguna experiencia rayana en el misterio de lo esotérico. No obstante, con el paso de los años y el acopio intelectual de otras lecturas, desaparecidos y eliminados los héroes y los sueños, la novela ha ido quedando relegada a planos cada vez más secundarios, quedando en pie más por sus valores literarios que por los emotivos.

Paula Rego, pintora de origen portugués, pero afincada en Londres, en una serie de 25 litografías que integran una edición inglesa de la novela, de lujo, muy cara, limitada a 75 ejemplares (se ha hecho también una serie de sellos con ellas), ha ilustrado el universo de Jane Eyre, interpretándolo visualmente de una forma muy personal, que capta de forma magistral la rebeldía, la rabia y el fuego abrasador que consumen y espolean salvajemente el mundo interior de la escritora y de su protagonista y, a la vez, dota a la lectura de otras posibilidades sugerentes, iluminándola y enriqueciéndola con otras tonalidades, no sólo aparentes, sino también insinuadas por lo que trasciende de las meras líneas de dibujo y sombras, o escondidas dentro de la pintura.

10 marzo 2011

Epifanías del espacio

Hablamos de espacios, los categorizamos según el carácter de las fuerzas que los recorren, según la particularidad del habitar que nos entrega su potencia inmanente. Cada espacio singulariza un modo de estar en concordancia con los actos del espíritu que lo conforman. No hablamos del espacio como una entidad geométrica sino del tener lugar, de las posibilidades de composición y descomposición de fuerzas numinosas, del habitar siempre intermedio, ni exterior ni interior, en el que se abren las esencias impenetrables –o las soledades– a la inmensidad de un encuentro. Hablamos del murmullo silencioso de la vida en su incesante venir al ser, de la eclosión de todo existir, del tener lugar, aquí y allí.

03 marzo 2011

Escupir en el mar


"I’ve decided that why artists are so cool and why I love working with them so much is that they are so flexible. Artists truly ‘go with the flow’ and that is often when their artistic works become so incredible. Runners call this ‘being in the zone’."
Janet Tanguay

De un tiempo a esta parte, la estética de lo performativo se ha ido configurando como un packaging sugerente para vendernos una aplicación del famoso "giro performativo" en las manifestaciones artísticas. Tal giro debería transformar profundamente nuestra idea de lo que es arte, incluso revelar su función política más allá de la propaganda. Sin embargo, esta prodigiosa estrategia de marketing1, se limita a orientar la atención de los opinantes involucrados en los círculos artísticos hacia la puesta en escena de los cuerpos de los actores –llamados performers en la jerga– y su relación con el público; todo esto como carácter determinante de la acción artística en el espacio-tiempo2. Sin entrar en demasiados detalles, como se suele hacer en tantos debates sobre las posibilidades de reproducción y sobre la duración del hecho artístico, la novedad del enfoque radica en dos factores. Por una parte, prácticas teatrales como pueden ser el circo, la pantomima o el mimo dramático, se revisten de cierta aura intelectual, interactiva y activista. Por otra parte, al comprometer la integridad física del propio actor, para mayor pasmo y excitación del público3, se inyecta un plus de realidad a la fantasía de la escena. Así, por ejemplo, Marina Abramović en su conocida escenificación Rhythm 0 trata de invertir los roles clásicos de actor y espectador, se nos presenta como un objeto pasivo que invita a los visitantes a intervenir sobre él con diversos instrumentos dispuestos sobre una mesa (entre ellos una pistola y una bala). Unos años antes, Joseph Beuys había representado un extravagante papel en el que, buscando una atmósfera de irrealidad (sin llegar a la "magia" de un costoso spot televisivo), con un chaleco de explorador y la cara cubierta de pan de oro, hablaba de arte con una liebre muerta mientras la acunaba entre sus brazos. No me cabe la menor duda de que este tipo de manifestaciones tendrían algún sentido contestario en su día –seguro que sí–, cuando la subjetividad que producía el contexto cultural aún contenía elementos de la impresionable modernidad burguesa –aquella doble moral–; desde luego, en pleno apogeo de la subjetividad posmoderna, estos actos se agotan en un gesto complaciente cuyo logro consiste en afianzar los fundamentos metafísicos del espectáculo.