07 febrero 2011

Impresiones políticas

Según la teoría macrosociológica de Immanuel Wallerstein, el sistema-mundo que corresponde a la Edad Contemporánea se define como un todo limitado asintóticamente por los conflictos interminables entre los intereses de las distintas fuerzas sociales sobre el estrato de una economía mundial integrada. Esta totalidad se divide en tres grandes segmentos organizados jerárquicamente: núcleo, semiperiferia y periferia. En el núcleo se ubican los países desarrollados1, con una estructura estatal estable y una economía basada en el crecimiento sostenido de los sectores terciario y cuaternario (innovación, investigación y desarrollo). Estos estados centrales cohesionan el espacio psicológico de los habitantes mediante una ideología que encumbra al progreso tecnológico y al crecimiento económico, en sí mismos —eso sí, con el cliché paralógico del racionalismo universalista emancipador2—, como horizonte y medida del bienestar social. La posición dominante del núcleo en el sistema-mundo capitalista, algo meramente imaginario para el grueso de la población, se justifica por medio de un adoctrinamiento constante que impone la separación generalizada del culto a la imagen como fundamento de la praxis social; G. Debord lo describió como sociedad del espectáculo. Son los estados que componen el bloque —en términos liberales— del primer mundo; dicho de otro modo, son el conjunto central de las prepotencias estructurantes. En la periferia encontramos países con estados débiles o inexistentes (coloniales o neocoloniales), subordinados a la demanda de la semiperiferia y, directa o indirectamente, de los estados centrales. Puntos originales en la cadena de suministro, estas regiones exportan la mayoría de las materias primas necesarias para la producción global. La semiperiferia es un componente estructural necesario de la economía mundial, son áreas intermedias en el grado de desarrollo técnico, estatal, económico, etc. Reflejan un momento de transformación, por la dinámica del mercado global, entre el centro y la periferia (cuando el cambio ocurre desde la periferia hacia el centro se corresponde con los llamados países en vías de desarrollo —o países emergentes—). Se trata de países con economías basadas en el sector secundario. En cuanto a su función de intermediarios, conectan con la periferia como fuente de materias primas para su transformación y satisfacen a bajo coste las demandas del núcleo, que se encarga de distribuir las mercancías entre consumidores bulímicos.

Se entiende que estas diferencias geopolíticas, basculadas entre la sobreabundancia y la pobreza extrema, generan enormes diferenciales que se traducen en inmensos márgenes de beneficio. Las operaciones transnacionales de los agentes financieros y de las empresas multinacionales, transversales a los tres niveles del sistema-mundo, concretan el aprovechamiento de los diferenciales. Como hemos podido ver —muy superficialmente—, la teoría clásica de los sistemas-mundo enfatiza la estructura estado-nación como elemento fuerte de la realidad política, en tanto que son las entidades que forman el núcleo; aunque descentrado y multipolar. La economía global (o el mercado-mundo) desborda las posibilidades de intervención estatal a escala nacional. Este desbordamiento da lugar a un compleja red de relaciones transnacionales, «interacciones —o movimientos— de tangibles —o de intangibles— que se producen a través de fronteras y en las que al menos un actor no es un agente gubernamental o una organización intergubernametal»3, que estimulan la proliferación de organismos internacionales. Emerge un nuevo espacio de poder transnacional que podemos denominar nivel plasmático en el contexto del sistema-mundo. Un nivel organizativo superior que no aperece en la teoría original de Wallerstein. Es el objeto de estudio —sociedad internacional— de las Relaciones Internacionales, su estructura básica es la jerarquía que forman las Organizaciones Internacionales Gubernamentales (v.gr. Organización de las Naciones Unidas, Organización de Países Exportadores de Petróleo, Unión Europea, Banco Mundial), las Organizaciones Internacionales No-Gubernamentales (Asociación Internacional de Banqueros, Confederación Mundial del Trabajo, Club de Roma, Comisión Trilateral, etc.) y las Organizaciones Internacionales de Negocios (Coca-Cola Company, Grifols, Halliburton, Microsoft, etc.)4. Al igual que en los demás niveles del sistema-mundo, una condición necesaria para su estructura agonal es el peso relativo y desigual —asimétrico— de los distintos grupos de presión (las organizaciones no-gubernamentales y las empresas multinacionales) que influyen en las actuaciones de los organismos gubernamentales. Hasta el punto que es difícil —sino imposible— imaginar que las organizaciones que detentan el poder tengan intereses propios al margen de los conflictos entre los grupos de presión que en ellas confluyen, digamos que la agonística constituye el contenido propio de la envoltura formal del poder institucional. El desarrollo aparentemente orientado hacia fines “racionales”, como la eficiencia en el proceso productivo, no es otra cosa que la inversión de los medios y los fines, una racionalización de la inercia inherente a la dinámica tectónica entre las formaciones de distintos niveles del sistema-mundo.

El uso de la expresión “falsa conciencia” para señalar las fantasías que pivotan el entendimiento de los sujetos, es más bien reciente —desde el materialismo histórico—; aunque su contenido se remonta, por lo menos, hasta el mito platónico de la caverna. Consiste en la búsqueda obsesiva del sentido verdadero de lo real5 que oculta el “mundo de la vida” y sus falsas representaciones. El análisis crítico (en su modalidad de descubrimiento de formas universales y no como condición de la autonomía particular concreta), asumiendo la sospecha primordial de un mundo falsificado por ilusiones irracionales, intenta desenmascarar —o desmitificar— los constructos que nos alejan de la luminosidad propia de la argumentación —aporética en el fondo— persuasiva; de la claridad seductora de aquellas exposiciones sistemáticas que ocultan su arbitrariedad, la complicidad de un consenso táctico. Por mucho que el realismo socialista proponga la génesis de la instancia yoica como producto social, en una especie de simplismo comunicacional, olvida que si bien el individuo no existe aislado tampoco hay voluntad histórica supraindividual alguna, si no es como abstracción del dominio que ejercen unas voluntades individuales sobre otras6. Allí donde la Razón cartografía el mapa verdadero de la experiencia válida instaura su dogma fulgurante, la conciencia combativa y justificadora del narcisismo ilustrado.

Para concluir incidiremos en algunos aspectos de las críticas recientes al viejo tema de la falsa conciencia. Los pensadores de Tiqqun7 elaboran una teoría del sujeto alienado por el gadget, el sujeto protésico, desde el nihilismo del Bloom8 que llaman teoría de los dispositivos.«En la era del Bloom la crisis de la presencia se cronifica y se objetiviza en una inmensa acumulación de dispositivos (un portátil, un psi, un amante, un sedante o un cine)». No es otra cosa que el desarrollo de nuevas formas del fetichismo de la mercancia como hecho social. Añadimos que la inflación del yo, como excentricidad del Bloom, es un efecto estructural de la exterioridad apantallada que producen las sociedades del espectáculo. Ahora bien, ¿impeler a la elaboración indeterminada de un mundo habitable para el «libre juego del venir a la presencia» no será otra forma mítica de chantaje emocional que sólo se explica por una mezcla de tedio y culpabilidad? «En efecto, en el universo reificado el hombre se convierte en cosa y este hombre-cosa, desprovisto de valor propio, debe justificar su existencia, sin lo cual es considerado culpable. Tal es, en sus grandes líneas, la explicación de Volkmann-Schluck, en la cual volvemos a encontrar la noción de permiso de residencia»9. Tal vez el efecto especial de la lucha —tan trepidante— sea un simulacro más de aquella vida plena imaginariamente perdida —la ingenua búsqueda de la significación colectiva—. We don't need another hero, we don't need to know the way home, all we want is life beyond the Thunderdome.

1. Con un índice de desarrollo humano (IDH) mayor de 0.8 según el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo.
2. La ideología progresista, el racionalismo universalista, tanto en su vertiente liberal como socialista comparten el mito finalista de la historia como camino hacia la realización plena de todos los hombres. Pensamos que Diógenes de Sinope en su particularismo autárquico, no sólo mostró un realismo crítico absolutamente racional, «acorde a la naturaleza» —a decir del ilustre cínico—, sino que además realizó en su propia existencia material el ideal de la emancipación. No está de más recordar, parafraseando a Laclau, que lo universal y lo particular se necesitan mutuamente, son dimensiones inescindibles, están codeterminados puesto que lo universal sólo puede aparecer «como un horizonte incompleto que sutura una identidad particular dislocada».
3. Keohane and Nye – Transnational Relations and World Politics (1971)
4. En inglés: International Governmental Organizations (IGO), International Non-Governmental Organizations (INGO), y Business International Organizations (BINGO).
5. El famoso aforismo hegeliano: «todo lo racional es real y todo lo real es racional».
6. «Los que quieren identificar la modernidad con la sola racionalización sólo hablan del sujeto para reducirlo a la razón misma y para imponer la despersonalización, el sacrificio de sí y la identificación con el orden impersonal de la naturaleza o la historia. El mundo moderno, por el contrario, está cada vez más lleno de la referencia a un Sujeto que es libertad, es decir, que plantea como principio del bien el control que el individuo ejerce sobre sus acciones y su situación, y que le permite concebir y sentir sus comportamientos como componentes de su historia personal de vida, concebirse a sí mismo como actor. El Sujeto es la voluntad de un individuo de actuar y ser reconocido como actor». Alain Touraine, Crítica de la Modernidad
«[...] el blanco real de esta arremetida es el individuo como sujeto; lograr su desarme, anular su capacidad protagónica, someterlo mediante la persuasión de que cualquier actitud crítica, desde que rompe con los cánones aceptables de lo que se entiende por cientificidad, no puede sostenerse porque escapa a lo real y al sentido mismo de la historia. La forma de pensar tiene que responder al desafío social tal como ha sido definido, pues difícilmente tienen credibilidad las formas de pensar que contribuyan a reconocer desafíos que sean otros que los impuestos por el discurso del poder. La recuperación del sujeto, por consiguiente, significa recuperar el sentido de que la historia continúa siendo el gran e inevitable designio del hombre, lo que le confiere su identidad como actor concreto, porque constituye el contenido de su propia vida. La historia en el sujeto es el momento como parte de la necesidad de futuro, necesidad que no es sino el momento vivido conforme a la apetencia de valores que trascienden el momento». Hugo Zemelman, 1995
7. Colectivo francés, órgano consciente del Partido Imaginario.
8. Ellos [Tiqqun] denominan Bloom a los nuevos sujetos anónimos, a singularidades cualquiera, vacías, dispuestas a todo, que pueden difundirse por todos lados pero permanecen inasibles, sin identidad pero reidentificables en cada momento. El problema que se plantean es: «¿Cómo transformar el Bloom? ¿Cómo operará el Bloom el salto más allá de sí mismo?». Giorgio Agamben
9. Joseph Gabel – Kafka, romancier de l’alienation. Critique, nov. 1953.

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