17 marzo 2011

Paula Rego y Charlotte Brontë, la loca del desván. Introducción


Por razones que se pierden en el tiempo, recuerdo que sentía cierta predilección por las escritoras inglesas del XIX, en particular por las singulares hermanas Brontë. Jane Eyre, obra de Charlotte Brontë, fue mi novela fetiche de esa época lejana ya en la memoria, en la que los sueños sobre héroes byronianos, representados por el Sr. Rochester, dominaban el espacio emocional donde la ebullición hormonal del despertar sexual encontraba su perfecta sublimación, acompañándose, incluso, de alguna experiencia rayana en el misterio de lo esotérico. No obstante, con el paso de los años y el acopio intelectual de otras lecturas, desaparecidos y eliminados los héroes y los sueños, la novela ha ido quedando relegada a planos cada vez más secundarios, quedando en pie más por sus valores literarios que por los emotivos.

Paula Rego, pintora de origen portugués, pero afincada en Londres, en una serie de 25 litografías que integran una edición inglesa de la novela, de lujo, muy cara, limitada a 75 ejemplares (se ha hecho también una serie de sellos con ellas), ha ilustrado el universo de Jane Eyre, interpretándolo visualmente de una forma muy personal, que capta de forma magistral la rebeldía, la rabia y el fuego abrasador que consumen y espolean salvajemente el mundo interior de la escritora y de su protagonista y, a la vez, dota a la lectura de otras posibilidades sugerentes, iluminándola y enriqueciéndola con otras tonalidades, no sólo aparentes, sino también insinuadas por lo que trasciende de las meras líneas de dibujo y sombras, o escondidas dentro de la pintura.

Mi primera referencia de Paula Rego fue a través de un documental sobre pintura contemporánea. Al ver sus cuadros en la pantalla, me pareció una pintora con una gran fuerza expresiva, instintiva, intuitiva, capaz de dar la vuelta a comportamientos aparentemente inocuos e inofensivos y destapar su lado oscuro, por medio de representaciones simbólicas de nuestro inconsciente. Es creadora de ambientes perturbadores, llenos de amenaza y desasosiego, sensaciones que no se sabe siempre muy bien a veces de dónde nacen en sus lienzos, pero que inquietan, sin duda.

“Every Picture tells her story”, reza en la main course de una web donde se puede ver parte de su obra y así lo corrobora lo que se nos muestra. La pintura de Paula es de carácter narrativo. En sus cuadros, ella nos habla, por ejemplo, de historias que le han sido contadas por las mujeres de su familia, en la sociedad portuguesa machista y católica de su niñez, que relegaba a las mujeres al espacio doméstico y que estaba penetrada, evidentemente, por el pecado, la culpa y las amenazas de castigo, por lo que no es de extrañar la cargada y sofocante atmósfera con la que a veces nos enfrenta. Refiere también cuentos y canciones infantiles, que sus pinceles resaltan en sus aspectos más inquietantes y malignos, aspectos que sin duda poseen, aunque de forma latente a veces, ocultos bajo una apariencia inocente. Paula se preocupó, igualmente, por la política de su país de origen, creando imágenes alusivas a la dictadura de Salazar, en las que las relaciones de poder y dominación entran en juego de forma brutal, como un golpe asestado en pleno cráneo. Si bien, como ella decía en el documental, los juegos de poder y la jerarquía son su tema preferido, por lo cual impregna, de una forma u otra, buena parte de su obra. Así, la serie de sus mujeres-perro no es sino una reflexión relativa a esa temática.

Durante su trayectoria, la obra de la artista ha sido relacionada con la de otros pintores, entre ellos Lucien Freud (por esos cuerpos que se muestran imperfectos, a veces grotescos), Balthus (por el estilo en sus retratos de niñas; si bien la mirada de ambos es de distinta índole), Giorgio de Chirico (por el surrealismo emergente), Degas (por la carnalidad de sus bailarinas entre bambalinas, mientras se relajan o se recolocan las mallas o el tutú), Goya (por la negrura y violencia de sus visiones) y hasta Velázquez (hay un cuadro de Rego que tiene una composición y atmósfera que, me parece a mí, que podría recordarnos al de Las Meninas, teniendo en cuenta la distancia entre ellos).

Paula tiene algunos cuadros, ejemplos concretos, y para mí representativos, en relación al tándem Charlotte-Paula, en cuanto que en ellos ya se adelanta la idoneidad de la pintora para dibujar e interpretar visualmente el cosmos de ficción de Jane Eyre. Pero no sólo eso: creo que Paula Rego sería la pintora más apta para ilustrar todo el imaginario “subversivo” de las escritoras del XIX, esas locas del desván, que mantienen muchos elementos comunes entre ellas, a pesar de las distancias geográficas. En ellas comenzó, según las analistas Sandra Gilbert y Susan Gubar, una tradición literaria manifiestamente femenina, integrada de ansiedades, de imágenes de encierros y fugas, fantasías en las que dobles locas hacían de sustitutas asociales de yoes dóciles, metáforas de incomodidad física manifestada en paisajes congelados e interiores ardientes, descripciones obsesivas de enfermedades como la anorexia o la claustrofobia. Todo ello como un impulso femenino común para liberarse del tremendo e ineludible encierro social y literario al que estaban sometidas por la estructura social dominada por el hombre y la “poética patriarcal”, según denominación de Gertrude Stein, para lo cual establecieron redefiniciones estratégicas del yo, el arte, y la sociedad.

Veamos, pues, algunos de esos ejemplos de la pintora:




Este cuadro se llama “La hija del policía”. Paula utilizó como modelo a su propia hija. Realizó algún boceto previo, pero comenta que encontró lo que buscaba expresar, cuando le dijo a su hija que pusiera la mano en forma de puño y que aplicara así el paño sobre la bota. “¡Funciona!”- exclamó. El escenario es sobrio, recortado de bruscos contrastes de luces y sombras que le confieren cierta violencia implícita. En apariencia se trata simplemente de una chica limpiando una bota, pero la pintura y el título sugieren mucho más: una hija sumisa sacando brillo al símbolo de poder, fálico, de su padre, un policía opresor. La joven va vestida del blanco de la docilidad, de la inocencia de intenciones, pero se adivina una rebeldía oculta en las sombras de la mirada y de la frente, en las del pecho, como escondiendo algún oculto y siniestro secreto, y en las del brazo, algo descoyuntado, que aprieta la bota con el puño cerrado, amenazador. El otro brazo casi se pierde dentro de la bota, poseyéndola y siendo poseída, en una suerte de juego incestuoso. Si bien esto es algo que no buscaba conscientemente la pintora, luego se dio cuenta de que podía ofrecer esa lectura. El gato, dibujado en primer plano en el mismo ángulo que la bota, con la cola erizada, dentro de un oscuro triángulo, se me antoja la representación del espíritu del padre, acechando entre las sombras. Pero es sólo una forma de verlo. También podría ser la representación animal domesticada de los oscuros deseos de la muchacha, o quizá ninguna de las dos cosas, quién sabe.

El estilo del cuadro, una chica y un gato, recuerda a Balthus. Pero Balthus tiene una mirada voyeurista que aquí no se da. Los gatos de Balthus no parecen sino el mismo pintor que entra a formar parte del escenario, para sorprender y espiar desde dentro la intimidad de las púberes, sin perturbarlas en su expresión más natural, transformado en un animal domestico que no levanta sospechas, pero que queda turbado por la visión del poder erótico que se adivina en su inocencia. La hija del policía, en cambio, no se presta a la observación, no se entrega al observador de forma inconsciente, sin siquiera saber que está siendo observada, sino que es ella la que irradia su fuerza desde el centro del cuadro, ocupándolo e impactando sobre el espectador, aterrizando sobre su inconsciente, golpeándolo e introduciéndolo en su inquietante mundo, absorbiéndolo.


Esta es una de las pinturas de Rego que corresponde a una serie sobre mujeres-perro. Con esta serie, creo que Paula quería denunciar la situación de la mujer, embrutecida por las tareas domésticas, sometida al servicio de su amo hombre. Pero creo que va más allá de una reivindicación feminista, que empobrecería bastante su obra en la actualidad, para convertirse en una reflexión sobre las relaciones de poder que pueden darse en cualquier ámbito y situación en nuestra sociedad. La mujer representada es poderosa, brutal en su animalidad rabiosa, de mandíbulas dislocadas en una mueca que parece estar emitiendo un furioso sonido gutural, un doloroso rugido que nace de las entrañas como una rebelión de deseos inexpresados. La posición del cuerpo es servil, incómoda e infrahumana, pero llena de violencia contenida. Las piernas están algo deformadas, acortadas y engrosadas para animalizarlas. Las manos, apoyadas en el suelo, mantienen cierta tensión y rigidez de garras, como las de una bestia que estuviera dispuesta a saltar.



Estas bailarinas también pertenecen a una serie de cuadros que están inspirados en la película Fantasía de Disney. Como dice la propia Paula, no se trata de una burla o caricatura de las bailarinas de disney, sino de una visión grotesca que pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra naturaleza. Efectivamente, Paula no dibuja bailarinas jóvenes, ni etéreas, ni hermosas, ni estilizadas. No las viste con el tutú blanco, inmaculado y virginal de la inocencia, sino que son mujeres experimentadas que esconden algún secreto oculto, deseos poderosos, en los pliegues de sus tutús negros. Son mujeres amazacotadas, masculinizadas, musculadas, de miembros robustos. Los lacitos encima de la cabeza parecen estar fuera de lugar en ellas, maduras matronas llenas de fuerza y dominio. Más que bailarinas parecen gimnastas entradas en años.



Esta es una de las obras más inquietantes, misteriosas y extrañas de Paula Rego, que más sugiere amenazas y deseos de venganza, sin quedar del todo explícitos. Se titula “La familia”. Las tres mujeres parecen estar confabuladas contra el hombre tácitamente, aunque, por otro lado, puede ser que le estén ayudando. Imaginemos una historia: se trata del padre que viene borracho a casa y las dos hijas mayores le están desnudando para meterlo en la cama, mientras la tercera sólo mira a cierta distancia. Pero la actitud de todas resulta bastante sospechosa e irradia cierta violencia. La que está delante del hombre tiene el rostro ensombrecido por una expresión que me parece un poco siniestra y con una posición sexualmente agresiva respecto a él, colándose entre sus piernas abiertas, parece que intentado quitarle los pantalones. La otra chica, que le tiene asido por un brazo y con el otro le coge de la manga, muestra en su rostro una expresión ambigua, semi-sonriente, mirando no se sabe muy bien dónde, mientras tapa con su brazo el rostro y la boca del hombre, que nosotros percibimos casi como si lo estuviese ahogando. El hombre parece indefenso en manos de las dos, dejándose hacer o inconsciente, desprovisto de autonomía. La tercera de las chicas, al lado de la ventana, sin atreverse a acercarse, tiene las manos enlazadas como si estuviese pronunciando algún tipo de súplica interna o quizá con los puños enfrentados, en tensión, esperando algún desenlace. En fin, es una obra abierta, susceptible de distintas interpretaciones, pero dentro del marco de los juegos de poder y las jerarquías en los que la pintora la incluye.

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