03 marzo 2011

Escupir en el mar


"I’ve decided that why artists are so cool and why I love working with them so much is that they are so flexible. Artists truly ‘go with the flow’ and that is often when their artistic works become so incredible. Runners call this ‘being in the zone’."
Janet Tanguay

De un tiempo a esta parte, la estética de lo performativo se ha ido configurando como un packaging sugerente para vendernos una aplicación del famoso "giro performativo" en las manifestaciones artísticas. Tal giro debería transformar profundamente nuestra idea de lo que es arte, incluso revelar su función política más allá de la propaganda. Sin embargo, esta prodigiosa estrategia de marketing1, se limita a orientar la atención de los opinantes involucrados en los círculos artísticos hacia la puesta en escena de los cuerpos de los actores –llamados performers en la jerga– y su relación con el público; todo esto como carácter determinante de la acción artística en el espacio-tiempo2. Sin entrar en demasiados detalles, como se suele hacer en tantos debates sobre las posibilidades de reproducción y sobre la duración del hecho artístico, la novedad del enfoque radica en dos factores. Por una parte, prácticas teatrales como pueden ser el circo, la pantomima o el mimo dramático, se revisten de cierta aura intelectual, interactiva y activista. Por otra parte, al comprometer la integridad física del propio actor, para mayor pasmo y excitación del público3, se inyecta un plus de realidad a la fantasía de la escena. Así, por ejemplo, Marina Abramović en su conocida escenificación Rhythm 0 trata de invertir los roles clásicos de actor y espectador, se nos presenta como un objeto pasivo que invita a los visitantes a intervenir sobre él con diversos instrumentos dispuestos sobre una mesa (entre ellos una pistola y una bala). Unos años antes, Joseph Beuys había representado un extravagante papel en el que, buscando una atmósfera de irrealidad (sin llegar a la "magia" de un costoso spot televisivo), con un chaleco de explorador y la cara cubierta de pan de oro, hablaba de arte con una liebre muerta mientras la acunaba entre sus brazos. No me cabe la menor duda de que este tipo de manifestaciones tendrían algún sentido contestario en su día –seguro que sí–, cuando la subjetividad que producía el contexto cultural aún contenía elementos de la impresionable modernidad burguesa –aquella doble moral–; desde luego, en pleno apogeo de la subjetividad posmoderna, estos actos se agotan en un gesto complaciente cuyo logro consiste en afianzar los fundamentos metafísicos del espectáculo.

Un modelo paradigmático que refleja la inanidad de las pretensiones críticas de los productos derivados de aquellas luces de la performance lo encontramos en lo que llaman post-porno; esto es, ampliar el género pornográfico con prácticas innovadoras –o curiosas– para alimentar el mercado de las minorías sexuales, más exclusivo, más de lo mismo bajo el rubro de la liberación. Si bien es cierto que la concepción de la sexualidad desde un óptica heterosexual y coitocéntrica sigue siendo más o menos hegemónica en las sociedades posmodernas –aunque con muchos matices–, el problema de fondo es la producción del deseo. No podemos olvidar que estos actos artísticos –esta perfecta mercancía cool de consumo instantáneo– se efectúan en el contexto de una inflación sexual generalizada que eclipsa el potencial crítico de su discurso. Nos referimos a una situación social en la que «la saturación de los signos eróticos fragmenta el imaginario de la sexualidad y, por lo tanto, altera sus prácticas. La realidad de los cuerpos se borra en beneficio de su representación: se multiplican las propagandas eróticas para vender cualquier tipo de producto, las privacidades se exponen públicamente, se propagan las exhibiciones provocativas sin posibilidad de consumación. Aunque paradójicamente, por cierta perversión social, se exige tener sexo a toda costa4.» Entonces, para ser consistentes con el ideal de la liberación, ya no se trata de causar impresión creando códigos que actualicen la misma privación de sentido en novedosos envoltorios5.

De estos desarrollos artísticos –o anti-artísticos– con intenciones políticas de algún tipo (fluxus, neo-dadá, performers activistas &c.), una vez asimilados, como no podía ser de otro modo, por la axiomática capitalista, podemos extraer una valiosa lección táctica: en el imperio de la imagen ser visto supone, eo ipso, ser aniquilado –deglutido por las fauces del espectáculo6–. ¿Cómo reactivar la potencia subversiva en estas miserables condiciones? Tal vez operando en las sombras y llevando el simulacro más allá de sí mismo. Un ejemplo de verdadero anti-arte contemporáneo –reality cracking– son las acciones de gente como Ryan C. Doyle, Eva y Franco Mattes7. Para hacer visible la esencia huera de los círculos artísticos y de la sociedad de la información en general –el anclaje real de su realidad simulada–, llevan tiempo realizando divertidos proyectos de sabotaje creativo. Construyeron mediáticamente un artista inexistente (Darko Maver) cuyas obras, supuestas instalaciones con esculturas hiperrealistas, eran fotografías forenses de casos reales8. Expusieron en la galería Inman, Houston, una escultura falsa que atribuyeron al famoso artista Maurizio Cattelan, la cual fue recibida con entusiasmo por la crítica9. También realizan performances en el mundo-juego virtual Second Life –risas... más risas–.

Aquí paz y después gloria.



1. El "giro performativo artístico" supuestamente relacionado con el giro conceptual homónimo que toma prestadas las bases del constructivismo radical para cuestionar nociones como el género o la información.
2. En el planeta Tierra y según los constructos científicos al uso.
3. Esto, teóricamente, difumina la noción de actor y de representación al introducir un plus de realidad, v.gr. haciéndose cortes por el cuerpo, tomando hormonas o psicofármacos &c.
4. Basta de sexo para que el sexo advenga, Esther Díaz. La mujer de mi vida Nº 23, Buenos Aires, junio 2005
5. El colectivo Caligula loves Proculus propone, como obra de arte post-porno performativa absoluta y radical, la venta puerta a puerta de muñecas hinchables transexuales.
6. Para estar al día: Brooklyn Rail

1 comentarios:

Mariano Cruz dijo...

Me interesa el concepto de performance sobre todo en el sentido de Morris y en el que tiene en la expresión inglesa "performing arts" más allá de lo que pueda significar en el ámbito restringido del "mundo del arte". Me interesa por encima del sujeto que performa, sobre todo si éste es un "artista". Y me planteo que la instalación también es una performance sin un punto de vista divino detrás. También porque me parece el punto de vista opuesto a esa tendencia (giro lingüístico?) que traduce en lingüística disciplinas que tienen su propio y poderoso acervo (el discurso cinematográfico, leer un cuadro, el lenguaje del cuerpo y toda esa mierda) ... etc. Me interesa en el sentido pragmático, en resumen. Aunque quizá es pronto para hablar de todo eso.

Excelente material y excelentemente escrito.