10 abril 2011

Gertrud, de Carl Theodor Dreyer (1964). Acto IV

ACTO CUARTO / ÚNICA ESCENA / GERTRUD Y ERLAN JHANSON



Esta escena de despedida y desamor se desarrolla en el parque que ya conocemos. Vemos a Gertrud sola, sentada al lado de la estatua de la Venus Capitolina, como me ha chivado un amigo, esperando a Erlan. La estatua y ella parecen formar una unidad, una figura solitaria y medio inanimada en medio de un parque vacío. La escena tiene un paralelo contrario con el primer encuentro. Entonces era Erlan el que esperaba y el que solicitaba. Ahora, que ya ha sido consumada la unión física y satisfecho el deseo de Erlan, es Gertrud la que, digamos, se arrastra. 


ERLAN: ¿Llevas aquí mucho tiempo?
GERTRUD: Sólo unos minutos.
ERLAN: No he podido venir antes. Tienes muy mal aspecto.
GERTRUD: Ya lo sé. Pero tenía que hablar contigo.
ERLAN: Anoche estabas muy mal. Estaba preocupado por ti.
GERTRUD: Ya sabes cuál es mi situación. Había tenido una discusión con mi marido.
ERLAN: ¿Se puso violento?
GERTRUD: ¿Cómo puedes pensar eso?
ERLAN: Bueno, él está enamorado de ti y tú quieres abandonarle.
GERTRUD: La maldad no forma parte de su naturaleza.
ERLAN: Sí, eso parece. A mí me pareció simpático. ¿Qué es lo que le reprochas? ¿Por qué quieres divorciarte? Podríamos seguir siendo buenos amigos.
GERTRUD: Erlan, quiero irme. Quiero marcharme lejos de aquí.
ERLAN: Entonces, ¿has venido aquí para despedirte?
GERTRUD: Eso depende de ti.
ERLAN: ¿Qué quieres decir?
GERTRUD: Erlan, ven conmigo.
ERLAN: Eso es imposible.
GERTRUD: ¿Es porque no tienes dinero?
ERLAN: Exacto.
GERTRUD: Tú no tienes. Pero a mí me sobra.
ERLAN: Me vería obligado a vivir de tu dinero.
GERTRUD: Sí
ERLAN: Tú me despreciarías.
GERTRUD: Creo que no sabes lo que significa el amor, Erlan
ERLAN: Me despreciaría a mí mismo.
GERTRUD: ¿No es eso lo que estás haciendo en este momento?
ERLAN: Sí, quizá. Pero cuando sé que necesito hacer algo, lo hago., He de confesarte que a pesar de todo fui a la fiesta que celebraban en casa de esa chica, Constance… Necesitaba ir
GERTRUD: Sí, sí, lo necesitabas. Sí, necesitar, la palabra que lo explica todo. Erlan, ¿de verdad es el dinero la única razón por la que no puedes venir conmigo?
ERLAN: Gertrud, tengo que pensarlo.
GERTRUD: Tú eras quien decías que para querernos no era necesario que me divorciara. No eres justo.
ERLAN: Es curioso, eso no es lo mismo que pensabas anteayer.
GERTRUD: Oh, Erlan, ¿cuándo llegará el día en que hablemos el mismo idioma? Erlan, te quiero, ven conmigo. No es necesario que nos casemos todavía (Huy, “todavía”. O sea, que entra en sus pretensiones el pasar por la vicaría). El amor no entiende de esas cosas. Ven conmigo y cuando ya no me quieras, entonces podrás dejarme.
ERLAN: Ya. ¿Y después?
GERTRUD: Después… Después ya nada importará.
ERLAN: Gertrud, no puedo ir contigo, no soy libre.
GERTRUD: ¿Has dicho que no eres libre?
ERLAN: Sí. Ella es mayor que yo. Me ayudó mucho cuando estaba en apuros. Me echó una mano cuando estaba sin blanca. Además está esperando un niño.
GERTRUD: ¿Y a pesar de todo eso no me dijiste nada?
ERLAN: ¿Cómo te lo iba a decir? No podía hacerlo.
GERTRUD: ¿Qué pensaste de de mí?
ERLAN: Que buscabas una pequeña aventura. Eso es lo que pensaba.
GERTRUD: Y ahora la aventura ha terminado.
ERLAN: ¿Aún estás enamorada?
GERTRUD: Sí, te amo. Pero todo ha terminado. Yo me voy y tú te casarás.
ERLAN: Gertrud, ven conmigo.
GERTRUD: ¿Adónde?
ERLAN: A mi casa.
GERTRUD: Te quiero. Pero tú no me quieres a mí. En ese caso, no quiero ser tuya.
ERLAN: Está bien… (hace intención de irse. Pero se vuelve). No, no te amo. Si te amara, iría contigo sin dudarlo ni tan siquiera un instante. Sí, sueño con una mujer. Pero esa mujer no eres tú. Sueño con una mujer inocente, casta y pura. Pero tú eres demasiado orgullosa. ¡Maldito orgullo! Pero no creas que es el clásico orgullo que podría encontrarse en una gran dama. Es tu alma la orgullosa.
GERTRUD: Déjame sola, Erlan
ERLAN: Gertrud, perdóname. No podemos despedirnos así. Perdóname
GERTRUD: ¿Perdonarte? Me gustaría tener fe en algún dios, para poder pedirle que te protegiera.
ERLAN: ¿No crees en Dios, Gertrud? (sólo a estos directores nórdicos se les ocurre hablar de Dios en un momento así, jejé)
GERTRUD: ¿Y tú?
ERLAN: No sé. Supongo que debe de haber algún díos en alguna parte, si no en la vida nada tendría sentido
GERTRUD: Sí, ahora debes irte.
(Erlan se aleja)

AHORA TU SUEÑO SE VIENE ABAJO. SÓLO QUEDAN LOS RESTOS, REALES FIRMES Y DUROS COMO UNA PIEDRA. FUISTE FIEL A ESE SUEÑO DESDE LA PRIMAVERA DE TU VIDA. TU DOLOR ES CLARO Y TU VOLUNTAD PURA. EL SOL SE PONE MIENTRAS SIGUES CAMINANDO.


COMENTARIO


Aprovechando que este acto es más corto, vamos a desarrollar aquí la “ideología” amorosa de Gertrud. El ideal o anhelo que defiende y busca nuestra protagonista contra viento y marea y caiga quien caiga, más que el del amor en sí, yo lo llamaría de “correspondencia y reciprocidad” en el amor. No se trata el suyo del amor unilateral de fuerza centrífuga que da sin esperar nada a cambio, ya sea a una persona, a tres o de forma universal, sin distinciones. Es claramente el ideal romántico de la pareja, hombre y mujer, dos y nada más que dos. A Gertrud no le basta con sentir ella misma el amor, no le es suficiente su propio sentimiento, sino que necesita un paralelo o alter-ego masculino, lo que se llama un “alma gemela,” con el que converger en la misma línea de interés y entrega para poder así alcanzar la plenitud. Su amor no se retroalimenta de sí mismo, no recarga las pilas con su propia energía emocional, sino que requiere una prueba externa, absorber de otro, ajeno a ella, una afinidad común, un sentimiento recíproco e igualitario. De lo contrario sucumbe y desfallece; se disuelve en su propia frustración. Aunque continúe existiendo como idea abstracta, no llegará a concretarse nunca.

A Gertrud no le vale cualquier tipo de correspondencia. Quiere recibir lo que da: entrega absoluta, total y exclusiva. Esta forma de sentir es más bien propia de lo que entendemos por “pasión” que del amor, un sentimiento de consideración más altruista. La pasión, por el contrario, es exigente y posesiva. Su fuerza es centrípeta.

Ahora bien, yo creo que Gertrud busca un equilibrio de ambos vectores de fuerzas, dador y receptor, la fría balanza de lo que es justo, igual que el elegante y gélido equilibrio del ambiente de la película. Además, calificaría la pasión de Gertrud como sublime, una sublimación que puede rozar al ridículo y la cursilería en algunas ocasiones (como en el diálogo con Erlan antes de entrar en la alcoba). No pienso que la suya sea una pasión vulgar que convierta en mero objeto a la persona que desea. Para ella, lo que siente es de tal pureza y belleza, de tal magnitud e importancia, que no puede aceptar nada que no se le iguale, porque hacerlo significaría degradarlo, ensuciarlo. Por esto es por lo que Erlan la tacha de orgullosa cuando ella se niega a ir a su casa a repetir el contubernio de los cuerpos. Y como él dice, no es el orgullo del que podría hacer gala una gran dama sino que es su “alma la orgullosa”; es decir, nota en ella algo que le es inalcanzable y que él califica como orgullo, pero en realidad no creo que sepa dónde radica ni en qué consiste.

En este sentido, alguien me decía que lo que ocurre con Gertrud es que ella se cree la Reina de Saba. Se considera merecedora de todas las inmolaciones en aras de la obtención de sus favores y de su amor. Busca vampirizar a hombres importantes o con algún talento, de tal forma que ellos renuncien a sus justas ambiciones y lógicas aspiraciones por ella, para así satisfacer su enorme vanidad. Yo no estoy del todo de acuerdo con esta apreciación, por lo que he dicho antes. No es la consideración de sí misma la que lleva a Gertrud a su implacable exigencia de correspondencia y reciprocidad, sino su elevado y sublimado juicio sobre lo que es el amor (amor-pasión).

Como veremos en el próximo acto, para Gertrud el amor es sinónimo de bondad y belleza, o sea el summum de los summums (o summa), un milagro en definitiva, como ella manifiesta. Y el hombre, por sus ambiciones mundanas de triunfo, fama, poder, etc., desprecia el amor de la mujer, y con él la bondad y belleza que podrían alcanzar juntos. Ella renunció a su carrera artística de cantante, parece que exitosa, para hacer del amor, el arte más puro y esencial de la vida, su centro de interés. Y busca alguien del otro sexo lo suficientemente interesante para lograr atraerla, alguien que tenga algo que ofrecer, para el que el amor sea tan importante como para ella y capaz de realizar la misma renuncia, en perfecta reciprocidad. Sin embargo, lo que ha encontrado no ha sido precisamente eso, sino la mediocridad en el intercambio amoroso. Ella ha visto que el hombre, en relación a la mujer, se interesa únicamente en los placeres carnales y desprecia el sentimiento, con lo cual ella ha sentido que su entrega ha quedado manchada, mancillada, enlodada, acabando por sentirse asqueada y avergonzada de dejarse utilizar así.

El diálogo de este acto, entre Gertrud y Erlan ha disipado todos los malentendidos. Él confiesa que sólo la ha visto como una aventura, que ni la ama, ni significa nada para él y que está comprometido con otra. Y ella, aunque enamorada, se ve obligada a decirle adiós, porque no puede encontrar en él la correspondencia que desea. Erlan, por su parte, tiene su propio ideal, aunque no es ni mucho menos fiel a él en su persona. Es una exigencia que se establece para las mujeres, no para los hombres. Como muchos, quiere encontrar para casarse una chica inocente, casta y pura, aunque ni él sea inocente ni casto ni puro, y además esté corriendo lo suyo con chicas que tampoco son castas y puras precisamente, sin contar a Gertrud.

Erlan ha mantenido un engaño hasta que ha conseguido sus propósitos, aunque no sé si se puede decir en su favor que no pensaba que Gertrud fuera más en serio que él. Se hace el digno, al poner como excusa al principio que no puede irse con Gertrud por causa del dinero, y luego resulta que es un mantenido de la mujer con la que se va a casar, mayor que él y a la que ha dejado embarazada. Imaginamos que ella tampoco corresponde al ideal de la inocente, casta y pura, sino que se casa con ella más bien por agradecimiento y comodidad. Aunque, realmente, lo de la castidad y la pureza parece otra excusa y coartada grandilocuente de Erlan para desaparecer dignamente del plano para no comprometerse y proteger su libertad. No creo que este chico tenga demasiados principios éticos. Cuando la suerte está echada y Gertrud le ha dado “pasaporte”, entonces Erlan se destapa y dice lo que realmente siente: que no la ama. Esa es la única y pura verdad. Gertrud ha sido una ingenua, creyendo anteriormente en palabritas tiernas de semejante catacaldos inmaduro. O quizá en realidad no creía en ellas, sólo ha querido soñar que creía. Más bien va a ser esto último. El caso es que todo termina entre ellos. Sin embargo, a diferencia de la ruptura con Gabriel, en la que ella se siente defraudada y traicionada y la rabia la domina por un instante, rompiendo una foto, en esta ocasión Gertrud se muestra tremendamente tranquila, como si hubiera profundizado en el amor hasta llegar a extremos de generosidad y de entrega insospechados. Aunque no puede irse con Erlan y él la ha engañado, pronuncia un deseo bastante hermoso: “Me gustaría tener fe en algún Dios, para poder pedirle que te protegiera”. Es posible que tampoco pueda enfadarse porque, en el fondo, ella sabía que todo era un sueño de su imaginación, nada real.

Ya hemos hablado antes de la realidad y los sueños. Pienso que se dan dos tiempos y planos distintos en el desarrollo de esta correlación en función de la fe y de la experiencia de la protagonista. En primer lugar, nos encontramos en el plano de “EL SUEÑO DE LA REALIDAD”. Éste es el que vive Gertrud con Gabriel Lidman. Ella piensa que el amor que está viviendo con él es real, hasta que un gesto y unas palabras de Gabriel, como ya se verá, le hacen comprender que vivía una mentira, un sueño, ya que lo que ella creía que era compartido por Gabriel, no era tal, sino que sólo lo experimentaba ella unilateralmente. Esto yo creo que mata su corazón, su capacidad de amor real, aunque no su anhelo metafísico, tal es la delicadeza y fragilidad de un ideal tan puro y noble en una realidad tan dura y desilusionante. Posteriormente Gertrud, asqueada, se lanza a una vida de placeres físicos que la llevan a su matrimonio y que a la postre la hacen sentir insatisfecha. Y vuelve a su sueño. Pero esta vez ya no cree en la posibilidad de que el amor pueda llevarse a cabo en la realidad y se traslada al mundo de los sueños, tan inalcanzable como ellos. Nos encontramos en el plano de “EL SUEÑO DEL SUEÑO”, el que vive con Erlan Jhanson, que también resulta fallido, un espejismo. Si bien, en ambos planos, el dolor resultante de la protagonista es real y los restos del naufragio de la nave de los sueños, también son reales, duros y pétreos, como pone en el cartelito. El corazón, que ya quedó roto después del primer embate, no ha perdido su capacidad de sufrimiento, sólo perdió la de la dicha en su ruptura con Gabriel. Por eso ahora una de las frases lapidarias de Gertrud es: “El amor es sufrimiento. El amor es infortunio”. Y viene el mundo de los sueños, el de las imágenes oníricas, a corroborar ese infortunio y la soledad en la que nos encontramos con nuestros ideales, situados en una dura realidad que los destruye, como ya vimos antes. Después de todo esto, la única opción que queda es huir y vivir apartados. Éste es el pesimista paisaje y mensaje de la película. El amor, el único remedio imaginable para este mundo de realidades duras y dañinas como perros furiosos, no tiene remedio.

Yo creo que todos nos preguntamos al ver esta película o, al menos, yo me lo pregunto, por qué Gertrud desprecia de forma tan clara a Gabriel y a su marido, dos hombres dignos, buenos, inteligentes y cultos y que, a su modo, la quieren bastante y, sin embargo, hubiera estado dispuesta a irse con Erlan en el caso de que él hubiera querido, hasta que se cansase de ella, siendo el chico un poco botarate y majadero.

La misma persona que decía que Gertrud en realidad se considera la reina de Saba y que la función crucial que ella se ha trazado en la vida, como himno a su grandeza y satisfacción a su vanidad, es buscar la sumisa veneración de hombres esclavizados a sus pies en pos de la falacia del amor auténtico, fagocitando la voluntad de sus amantes como una mantis religiosa, comentaba a este respecto que Gertrud lo que quiere, al plantearse irse con Erlan, es dar en las narices a esos dos burgueses bienpensantes que son Gustav y Gabriel, parapetados y acomodados en sus nichos de gloria, para espetarles y restregarles que son unos cretinos insensibles que no supieron entregarse a ella cuando les dio la oportunidad, por lo cual les desprecia ahora que suplican sus atenciones. Sin embargo, Gertrud quiere demostrarles que, al contrario que ellos, sí es capaz de dejarlo todo, de sacrificar su cómoda vida burguesa, de poner en peligro su reputación para entregarse en cuerpo y alma y en cierta medida esclavizarse a los deseos de un chico pobre, de clase baja, de dudosas cualidades morales y que quizá no merece tanto la mágica y sagrada ofrenda del amor como ella la mereció de los dos. Es su personal inmolación al amor, ya que ella no la ha podido obtener de ningún hombre, el último y excelso sacrificio que a sus ojos la engrandece, mientras empequeñece a los otros dos hombres de su vida. Pero, al no dar resultado tampoco, porque Erlan no la ama ni un ápice, ni el mínimo necesario, sólo le queda retirarse del mundo de los hombres y del amor, aunque éste último persista siempre en ella como un ideal, un anhelo místico que no ha podido encontrar realización ni culminación.

Sin embargo, yo creo que la explicación no va del todo por ahí ni quizá tan lejos, aunque algo de eso puede haber. Si Gertrud hubiera querido sólo satisfacer su vanidad, lo hubiera hecho mejor a través de sus cualidades artísticas, ya que era una cantante famosa y talentosa, situación que ella sacrifica por algo que considera más importante: el amor. Tenemos que volver, por tanto, a su concepción del amor.

Como todo ideal absoluto, puro, que busca la perfección, no acepta concesiones, ni relatividades, ni medias tintas. No perdona debilidades “humanas”. En ese sentido es un amor deshumanizado, que rezuma la fría trascendencia de lo inmaterial, lo etéreo y lo metafísico. Gertrud es implacable, demoledora, hasta cruel en su exigencia de perfección en la correspondencia amorosa. Una vez que todo ha terminado, no hay vuelta atrás. Su corazón se endurece ante el que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Su amor por él se va deshaciendo hasta desaparecer. En realidad, como comentaba antes, no es amor lo que Gertrud siente, porque el amor acepta todas las debilidades, las comprende, las perdona y las acoge en su cálido seno. El amor no necesita ser correspondido y se mantiene siempre, inasequible al desaliento, inamovible. No cambia de la noche al día por una desilusión, ni se deshace en pedazos porque la persona a la que ames no sea como tú esperabas, ni piense lo mismo que tú, ni cumpla con tus expectativas, ni haga lo que esperas.

Pero Gertrud entiende otra cosa por amor, ya lo hemos visto: la realización en pareja del ideal romántico. En ese sentido, es fiel a sí misma siempre, coherente con sus deseos y no tiene miedo de hacer y decir lo que piensa al respecto. Cuando Gabriel Lidman pronuncia su discurso y en él habla del amor y de la nobleza de pensamiento, sus palabras más bien representan a Gertrud que a él mismo, ya que Gabriel, siendo considerado el poeta del amor-pasión, del amor erótico, nunca supo ser fiel a lo que predicaba. “Un alma leal no necesita esconder sus pensamientos”, dice Lidman. Y Gertrud no sólo no los esconde, sino que su marido incluso le dice: “una mujer no debería ser tan sincera”.

Gertrud amó a Gabriel Lidman, pero por lo dicho, porque él era frío y distante y no la amó en su momento y buscaba en ella sólo placeres carnales, ya no le puede amar, aunque ahora él, decepcionado y lleno de escepticismo frente a lo que representa el éxito y la fama literaria, haya adoptado el principio amoroso gertrudiano y esté en disposición, más que nunca, para corresponder a Gertrud. Pero él eligió en su día la búsqueda de la fama y ya no hay remedio, no hay recuperación posible de lo perdido.

Tampoco Gertrud puede amar a su marido, porque en realidad nunca le amó, sólo le gustaba y se acercó a él probablemente por despecho, buscando lo mismo que habían buscado los hombres en ella: placer físico. Ella reconoce que él es un buen tipo, incapaz de una maldad y lleno de otras muchas cualidades. Pero Gustav está muy lejos de poder ser el candidato que ella necesita para sentirse completa y realizada como mujer. Para Gustav, un hombre práctico y ambicioso, el amor es secundario frente a otras actividades vitales y nunca podría corresponder a los anhelos ensoñadores de Gertrud.

Y nos queda el joven Erlan. Parece pertenecer a esa nueva generación que quiere recuperar el amor como la “mejor de las tradiciones”. En un principio aparece como un chico romántico, un músico sensible y bohemio. La ambición de triunfar como músico no parece que esté dentro de sus prioridades, sino que más bien piensa en divertirse y pasárselo bien entre sus amigos y las prostitutas de rigor. Yo imagino que Gertrud ve en él un buen candidato para realizar su sueño. Siendo ella una cantante famosa y siendo su mundo artístico, por tanto, el musical, entiendo que ella busca convertirse, no sólo en su musa inspiradora, sino en la que le ayude a componer sus mejores obras. Por otro lado, siendo ella rica y él pobre, ella también puede proporcionarle los medios necesarios para que pueda dedicarse a cultivar su mutuo amor y a crear, estimulado y alentado por ese amor. En definitiva, Erlan podría pertenecerle más que los otros dos, cuyos caminos ya fueron trazados lejos del suyo. Pero, como hemos visto, esta posibilidad también se volatiliza en la nada.

En próximas entregas otras matizaciones.

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