Pero éstas son cosas
cuyo nombre no es sonido ni silencio.
O. V. de L. Milosz, La confesión de Lemuel.
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Pasemos a la ἐπὶ τὰ μετὰ τὰ φυσικά (epí ta metá ta physiká) del asunto; a su parte aérea. Porque, ¿quién nos dice a nosotros que la imaginación material activa es un producto (¡¿una segregación inmaterial?!) del sistema nervioso y no al revés? ¿El fantasma en la máquina? El recorrido del problema –o pseudoproblema– mente/cuerpo: reduccionismos monistas (Hempel, Watson, Ryle, Amstrong, Churchland &c.), dualismo neurofisiológico (Eccles, Popper &c.), funcionalismos (Putnam, Fodor &c.), emergentismos (Pribram, Searle &c.) Todos ellos planteamientos muy alejados de la vida, muy instrumentales, esquemáticos y poco interesantes. Mejor acerquémonos a la transformación de un pensador como Bachelard, que desde los sesgos cognitivos del espíritu científico de su época logró penetrar en la intimidad de la experiencia, desviándose así de la mitología positivista dominante. Todo un ejemplo de liberación que nos permitió comprender la importancia radical de la imaginación material en la realización del hombre: «Y es aquí donde volvemos a nuestra tesis, sumamente concreta y que hemos defendido a lo largo de este ensayo: para constituirse verdaderamente como el móvil que sintetiza en sí el devenir del ser, hay que realizar en sí mismo la impresión directa de aligeramiento. Ahora bien, moverse en un movimiento que compromete el ser, en un devenir de ligereza, es ya trasformarse como moviente. Es preciso que seamos masa imaginaria para sentirnos autores autónomos de nuestro devenir. Nada mejor para esto que tomar conciencia de ese poder íntimo que nos permite cambiar de masa imaginaria y convertirnos, imaginativamente en la materia que conviene al devenir de nuestra duración presente. De un modo más general, podemos cuajar en nosotros plomo o aire leve; podemos constituirnos como móvil de una caída o de un impulso. Damos así una sustancia a nuestra duración en los dos grandes matices de la duración que se entristece y de la duración que se exalta. Es imposible, en particular, vivir la intuición de un impulso sin esa labor de aligeramiento de nuestro ser íntimo. Pensar fuerza sin pensar materia es ser víctima de los ídolos del análisis. La acción de una fuerza en nosotros es necesariamente conciencia de una transformación íntima».2
Entonces, allá lejos se pronunciaron estas palabras:
– Ayer, Asclepio, te di a conocer el Discurso Perfecto, debemos proseguir ahora con la doctrina sobre la sensación. Se supone generalmente que intelección y sensación se diferencian en que la primera es de carácter esencial y la segunda material, y, sin embargo, en lo que respecta al hombre, opino que ambas están íntimamente unidas sin posible distinción. Pues si en otros seres vivos la sensación está unida al instinto, en el hombre, sentir y pensar se dan al unísono.3
1. Para más detalles El Imaginario social instituyente, Cornelius Castoriadis.
2. El aire y los sueños, Gaston Bachelard.
3. CH, Tratado IX.
Neutral Milk Hotel - Two-Headed Boy
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