28 enero 2011

Azul ardiente

Pero éstas son cosas
cuyo nombre no es sonido ni silencio.
O. V. de L. Milosz, La confesión de Lemuel.

Inicié una búsqueda con mi querida amiga CC –o C2– acerca de la excitante, al menos para mí, conexión Zürn-mescalina-Michaux más allá del Infinito turbulento, empresa probablemente fuera de nuestro alcance. Como era de esperar, el viejo y trillado tema de los enteógenos despertó algunas vías oníricas de reflexión al más puro estilo Alfred Jarry; en el anverso absurdas, en el reverso significativas. Es bien conocido el diagnóstico de esquizofrenia de tipo X que padeció Zürn, motivo de sus frecuentes internamientos en instituciones de salud mental. También se afirma que el desencadenante de su caída clínica en la locura fue la publicación de unas fotos bondage para las que prestó su cuerpo... deducción tan morbosa y sensacionalista como ridícula. Responde a esa manía soñadora de la razón analítica por imputar causas simples a fenómenos complejos. Nada escapa al implacable tribunal de la razón justiciera y justificadora. Si atendemos a la definición de salud que da la autoridad planetaria competente, la Organización Mundial de la Salud: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», se intuyen con facilidad sus pretensiones biopolíticas. Una definición absolutamente abstracta y circular en lo que respecta a las dimensiones psíquica y social, que abre las puertas a la medicalización de la vida, por el bien de todos, ¡faltaría más! Como dijo Iván Illich, «en los países desarrollados la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en el factor patógeno predominante».Se nos dice que debemos vivir en el mismo Mundo universal, grande y real –por supuesto–; aunque esto pueda ser imposible o, cuando menos, poco deseable para algunos. Cosas del imaginario social instituyente1, obviedades.

Pasemos a la ἐπὶ τὰ μετὰ τὰ φυσικά (epí ta metá ta physiká) del asunto; a su parte aérea. Porque, ¿quién nos dice a nosotros que la imaginación material activa es un producto (¡¿una segregación inmaterial?!) del sistema nervioso y no al revés? ¿El fantasma en la máquina? El recorrido del problema –o pseudoproblema– mente/cuerpo: reduccionismos monistas (Hempel, Watson, Ryle, Amstrong, Churchland &c.), dualismo neurofisiológico (Eccles, Popper &c.), funcionalismos (Putnam, Fodor &c.), emergentismos (Pribram, Searle &c.) Todos ellos planteamientos muy alejados de la vida, muy instrumentales, esquemáticos y poco interesantes. Mejor acerquémonos a la transformación de un pensador como Bachelard, que desde los sesgos cognitivos del espíritu científico de su época logró penetrar en la intimidad de la experiencia, desviándose así de la mitología positivista dominante. Todo un ejemplo de liberación que nos permitió comprender la importancia radical de la imaginación material en la realización del hombre: «Y es aquí donde volvemos a nuestra tesis, sumamente concreta y que hemos defendido a lo largo de este ensayo: para constituirse verdaderamente como el móvil que sintetiza en sí el devenir del ser, hay que realizar en sí mismo la impresión directa de aligeramiento. Ahora bien, moverse en un movimiento que compromete el ser, en un devenir de ligereza, es ya trasformarse como moviente. Es preciso que seamos masa imaginaria para sentirnos autores autónomos de nuestro devenir. Nada mejor para esto que tomar conciencia de ese poder íntimo que nos permite cambiar de masa imaginaria y convertirnos, imaginativamente en la materia que conviene al devenir de nuestra duración presente. De un modo más general, podemos cuajar en nosotros plomo o aire leve; podemos constituirnos como móvil de una caída o de un impulso. Damos así una sustancia a nuestra duración en los dos grandes matices de la duración que se entristece y de la duración que se exalta. Es imposible, en particular, vivir la intuición de un impulso sin esa labor de aligeramiento de nuestro ser íntimo. Pensar fuerza sin pensar materia es ser víctima de los ídolos del análisis. La acción de una fuerza en nosotros es necesariamente conciencia de una transformación íntima».2

Entonces, allá lejos se pronunciaron estas palabras:

– Ayer, Asclepio, te di a conocer el Discurso Perfecto, debemos proseguir ahora con la doctrina sobre la sensación. Se supone generalmente que intelección y sensación se diferencian en que la primera es de carácter esencial y la segunda material, y, sin embargo, en lo que respecta al hombre, opino que ambas están íntimamente unidas sin posible distinción. Pues si en otros seres vivos la sensación está unida al instinto, en el hombre, sentir y pensar se dan al unísono.3

1. Para más detalles El Imaginario social instituyente, Cornelius Castoriadis.
2. El aire y los sueños, Gaston Bachelard.
3. CH, Tratado IX.


Neutral Milk Hotel - Two-Headed Boy

0 comentarios: