30 enero 2011

Un nuevo día

Entonces llegó. Fue la palabra que alguien al azar pronunció. Había resonado fuerte dentro del ruido de su pensamiento unas milésimas de segundo antes de que un desconocido respondiera al eco confirmándola en voz alta sobre el murmullo agitado del bar, con un amplio gesto de asentimiento, ante un grupo animado. Algo le hizo volver al hombre un instante la mirada hacia atrás, pero no supo que era ella; sólo corrió el velo de sus ojos sobre la mujer sin verla. Sin embargo esbozó un gesto turbado que no supo de qué parte de sí mismo provenía.

Sabía lo que tenía que hacer. El largo dilema había prescrito de repente. No había ningún imperativo moral, sólo había sido una excusa con la que había disfrazado su propio deseo ansioso de significar y significarse. Tendría que empezar de nuevo desde sí misma y bajo otra perspectiva. Alivio e inquietud, euforia y desazón. “¿Marta?”. Se volvió para reencontrarse con un rostro familiar y olvidado que sonreía ampliamente. “¡Cuánto tiempo!”. Alegría sin nostalgia. “¿Te acuerdas...?”. Lo que la narración de la memoria del conocido traía consigo le resultaba casi ajeno; sus evocaciones eran otras, como si cada uno hubiese guardado sólo una parte de lo que en realidad nunca fue y con un disímil aprecio. El desconocido se dirigió hacia ellos: “Alberto, bergante, ¿dónde te metes? Llevamos más de media hora esperándote”. Educadas presentaciones. Y ella, que estaba allí para almorzar sola y rumiar sobre su nueva situación, se vio compartiendo mesa con aquel grupo de extraños. Era la séptima en discordia, una intrusa. Y, sin embargo, sin saber por qué, sentía un cierto amparo sentada entre esos dos hombres que nada significaban para ella, entretenidos ahora en la charla general, de una cordial trivialidad. Se le figuraban los flancos sólidos y materiales que sostenían su alma en ese momento para evitar que se desmoronase en el vacío. “Así que tú eres la famosa Marta. Alberto me ha hablado mucho de ti y de vuestros tiempos gloriosos”. El tono admirativo de la voz del desconocido, que ahora ya tenía nombre, Eugenio, y presencia, la sorprendió y halagó, pero, al mismo tiempo, también la avergonzó y entristeció, porque nunca se dignó a conocer y estimar lo suficiente a Alberto como para convertirlo en un referente. Para ella sólo fue el componente más de un periodo extravagante y alocado de su juventud, que duró poco y que se instaló en lo anecdótico. Sus tiempos gloriosos vinieron después con los grandes proyectos, que le permitieron codearse con personas que ella consideraba importantes y con poder para cambiar alguna parcela de mundo. Delirios, quimeras, ambición y vanidad fueron los protagonistas de la ficticia gloria, que acababa ahora con una derrota y un abandono. Fue la superficie de un espejo demasiado brillante como para reflejar nada que no fuese su propio brillo. Sin embargo, en la profundidad de las altruístas y revolucionarias intenciones un veneno se iba extendiendo en forma de intrigas, envidias solapadas, traiciones a los fundamentos, programas suspendidos en los que ella había puesto gran esfuerzo y confianza, pugnas intestinas por la supremacía. El ambiente se tornó sórdido, hipócrita, irrespirable y los motivos utilitarios e irrelevantes. Pero ahora nada de eso importaba. Quería concentrarse únicamente en el presente y dar pequeños pasos, posiblemente vacilantes, hacia un porvenir que se presentaba incierto y descorazonador. “¿Tienes planes para mañana?”, preguntó Eugenio, como respondiendo a sus inquietos pensamientos. Alberto había seguido su trayectoria con orgullo, haciendo partícipes a sus amigos de las grandilocuentes referencias a ella en las noticias de sociedad. Por eso Eugenio le solicitaba asesoramiento profesional para un “humilde” plan con la reverencia de quien se dirige a alguien que viniera de otro mundo, de una esfera que, en cierto modo, consideraba superior. Marta aceptó de buen grado el encuentro para el día siguiente, al fin y al cabo no tenía nada mejor que hacer. Luego se rió, con cierta amargura, para sus adentros: ¡si supieran la dimensión de su fracaso! Cierto que ella era bastante capaz, pero ahora sabía que el mundo era igual en todos los ámbitos y que la diferencia no residía en la trascendencia social o en la promoción mediática sino en algún otro lugar muy distinto, seguramente íntimo y anónimo. Algún día, si se daba la oportunidad, quizá les explicase todo a ellos y entonces la verían de otro modo. Perdería su aureola mítica, pero lo prefería.

El plan de Alberto, Eugenio y compañía resultaba descabellado para Marta, pero vio algo en él que le indujo a participar. Quizá fuese el entusiasmo y la ilusión de los proponentes, a los que no quiso desanimar. Ella, con su experiencia organizativa, planteó y administró las tareas que se distribuyeron entre todos. Trabajaron con ahínco, pero se avanzaba poco o nada y al cabo de un tiempo los demás abandonaron la empresa. Ellos, sin embargo, siguieron en la brecha. Sus encuentros y su camaradería fueron aumentando. El proyecto ya no era el fin, sino el medio a través del cual empezaban a apreciarse y respetarse. Marta descubrió en Alberto un corazón puro de niño que antes no supo ver y que la enternecía y Eugenio representaba la nobleza de miras e ideales y el tesón que ella había perdido en la batalla.

La noche olía a tierra mojada. Los tenues visillos filtraban la luz de una farola envolviendo la atmósfera de la habitación con una sustancia sutilmente perlada, lunar, casi mágica. Tres cuerpos abrazados sobre un espacio de amantes. “¿Estáis despiertos?” - susurró una voz femenina -. Un cálido beso sobre los ojos fue la elocuente respuesta de uno de los hombres. Del otro lado de la cama una mano se aferraba a la suya para acariciarla con suavidad. El instante, conmovido, se proclamó en la plenitud. Luego el silencio de un sueño compartido hasta una nueva alba, recién nacida en la esperanza. Todo era posible.


gus gus - starlovers

0 comentarios: